EL EXTRAÑO CASO DEL MUERTO SONRIENTE

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I

Lucen funesto crespón
los portales de las casas,
y los arcos en la Plaza
de la Fuente del León...



¿Cómo fue que sucedió
que arañando los cincuenta
y de forma tan violenta
Don Luis Otero murió?



La pregunta se la hacían
oteando el cuerpo y en ronda:
sus compañeros de fonda,
el vicario, las vecinas,

el dueño del lupanar,
Sor Dita y el intendente,
Antonio (el ciego indigente)
y Helena Torres del Mar.

El Jefe de Policía
llegó hasta el lugar del óbito
con un ataque de vómitos
por el cuadro que veía,

alegó que lo afectaban
los cadáveres recientes,
y aún así, ordenó a la gente
que la zona despejara.

El Doctor en Medicina
argumentó la razón
de un fallo en el corazón
por un shock de adrenalina,

se le paró en el momento
por la causa señalada,
siendo letal la estocada
y sin causar sufrimiento.

La viuda, desencajada,
entre lágrima y gemido
observando a su marido
en pose desvergonzada,

reptando, se abría paso
de la mano de su nuera,
pensando: ¨-Si reviviera,
le pegaría un palazo¨




 

¿Cómo fue que sucedió
que arañando los cincuenta
y de forma tan violenta
Don Luis Otero murió?

El rostro en plena fruición,
mostrando un gozo sincero,
los dos ojos como huevos
y en el suelo el pantalón...



II

Helena amaba la fuente
de la plaza. En madrugada
de su cuarto se escapaba
para hundirse en las ardientes

aguas dulces del estanque,
vestida con una bata
y humedecida de nácar
bajo la luna radiante.

No se quitaba la ropa
porque en la seda mojada
más placer ella encontraba
que rozando piel con gotas.

Y tras dos horas de nado
regresaba la sirena
sin que nadie lo advirtiera,
a la gracia o al pecado,

(según tocara esa noche)
si algún mortal aguardaba
a la nereida empapada,
en su cama de derroches.

Yo no sé (sólo repito…)
que el agua mejor conduce
la energía y se produce
más pronto el cortocircuito.



III

El lazarillo de Antonio,
(su más leal compañía)
hacia meses que sufría
crisis de nervios e insomnio.

Los años habían pasado
y al no hallar ninguna cura
a sus raptos de locura,
ya habíanse resignado

perro y dueño a soportar
que cada noche de estío
el can perdiera el buen tino
y no parara de aullar.

Helena dio al lazarillo
su ropaje y lo calló,
el perro se lo tragó
relamiéndose el colmillo.

Después se quedó mirando
a la pléyade incendiaria,
lengua afuera, mente en Babia,
y la rabia apaciguando...

Antonio se lo perdió,
el que no ve, nada siente
y de nada se arrepiente
porque nunca nada vio;

y menos vio a aquel varón,
que en inocente desliz,
salió para echarse un pis
en la Fuente del León.

Y así fue como palmó
el pobre Don Luis Otero,
con los ojos como huevos
y en el suelo el pantalón.


 
IV

El pueblo entero quedó
a la mañana siguiente
preguntando tristemente
qué fue lo que aconteció…

¿Cómo fue que sucedió
que arañando los cincuenta
y de forma tan violenta
Don Luis Otero murió?

Y a pesar de los deslices-
pensó el can- de cualquier modo-
que morir, morimos todos,
pero no siempre felices,

como aquél que anoche él vio
mostrando un gozo sincero,
con los ojos como huevos
y en el suelo el pantalón…








 



Lucen funesto crespón
los portales de las casas
y los arcos en la Plaza
de la Fuente del León...



























¨ En nuestro amor hay una pena que se parece al alma.¨ (J.L.B.)

¨  En nuestro amor hay una pena que se parece al alma.¨   (J.L.B.)
Silvina Grimaldi Bonin (ARG)

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