No poder decir es de
cualquiera
de las vastas
dolencias que subsisten
la peor de todas las
que existen,
la más devastadora y cizañera.
Como invade el matojo
al sembradío,
como el gran nubarrón
cubre al lucero,
como frena la tapia
al aguacero,
me está ganando a mí
el silencio mío.
Yo, que siempre sufrí el silencio ajeno,
la ausencia de una carta en los buzones,
la falta de un mensaje
en botellones
que nadie tiró al
mar, hoy, en el seno
de mis propios
dominios, la atonía
debela con su estoque
a la poesía.