No busques el poema. No persigas
las palabras igual que a mariposas,
y no pretendas ver crecer las rosas
allí donde esparciste sólo migas.
No
siembres en la arena, ya no sigas
inventando piruetas en el aire,
fue
suficiente cuota de desaire,
no
hay fuego enfrente, ni línea enemiga.
No esperes oro blanco en las espigas,
ni lluvias en las tardes calurosas,
ni luna sobre noches tormentosas,
tan solo porque quieras o lo digas.
No esperes oro blanco en las espigas,
ni lluvias en las tardes calurosas,
ni luna sobre noches tormentosas,
tan solo porque quieras o lo digas.
No reces un rosario, ya no hay tinta,
ni sangre generosa recorriendo
las páginas en blanco, suscribiendo
partidas con sus líricas extintas.
No
apuestes al prodigio. Una infiel
indiferencia
y vacuidad rotunda
se
ha apoderado ya de la errabunda
virtud
que supo andar en tu papel.
No
vayas contra el viento. No te pares
a
soportar el golpe de la ola,
porque
el embate es duro y estás sola
para
enfrentar el mar cuando te encare.
No
sigas cabalgando. Rocinante,
cansado, ya no puede más seguir
camino para sólo conseguir
más piedras. No encontró diamantes;
y
hasta las perlas se desvanecieron
como
burbujas. Las pobres chocaron
contra
montañas y se desangraron
en
el instante mismo en que nacieron.
No frotes esta lámpara, no hay genio
ni voluntad, ni fe, ni amor, ni esfuerzo
capaces de gestar un solo verso
que se parezca al que pensaste en sueños;
ni voluntad, ni fe, ni amor, ni esfuerzo
capaces de gestar un solo verso
que se parezca al que pensaste en sueños;
que la poesía, si quiere encontrarte,
sabrá muy bien adonde ir a buscarte.
No busques el poema
No siembres en la arena
No esperes oro blanco
No reces un rosario
No apuestes al prodigio
No vayas contra el viento
No sigas cabalgando
No frotes esta lámpara
No busques el poema