Mi padre se murió hace ocho eneros.
El río
de las lágrimas expira.
Decir que
aún lo lloro… es mentira,
mentir
que lo he olvidado es desafuero.
¿Y el patio con aromas de cedrón?
¿La verde bicicleta en una esquina
de un Banco, resguardada por la encina
en horas de la siesta? ¿Y la canción-
rozada por el mar de la emoción-
de Strauss en ese viejo tocadiscos,
y el brillo en el Renault, y el muy arisco
latido de un quebrado corazón?
¿Y el arduo laberinto de papeles
con números y cuentas, los diversos
volúmenes mostrando El Universo,
poblando los gastados anaqueles?
Sus
hijos en los mismos escritorios,
andando
las idénticas veredas,
gastando
los – no sé cuánto nos queda-
en
trágicas comedias. Ilusorio
fue
el sueño de la única poeta,
vestida
con un sayo que le es grande,
desnuda
en carne viva que se expande,
queriendo- y no logrando- estarse quieta…
Las cosas que se fueron, pero aún viven...
debajo de las letras que se escriben.