Lejos están los ríos, los volcanes,
el sugerente ruido de la lluvia,
el deseo del mar, la luna rubia
de una imposible noche nuestra. Panes
y peces que agonizan, rotos, magros,
esperan en canastas sin bonanza
la mano que devuelva su esperanza,
el signo que depare algún milagro.
Atardece, mi amor... Sobre los tallos
las flores se resignan sin encono
a la evasiva luz, al abandono
errático y fatal del postrer rayo.
No me resigno yo. Nunca firmé
un pacto con las sombras.
Ni lo haré.
Pero atardece, mi amor.
Atardece...