UNA PARADOJA






Yo que nunca denuncio
Yo que no rezo
Que no pongo las manos
en ningún fuego





Yo que nunca milito
Yo que no apuesto
ni vida ni tesoros
a ningún credo







Yo que marcho en contrario
al quid del cielo
Yo que hago apología
del desacierto







Que en la lid de los héroes
no aspiro a un puesto
Que si veo Molinos
no los enfrento







Que en las tierras del justo
no hago cimientos
Y que en libros sagrados
no gasto créditos



Yo que nunca cultivo
remordimientos
Y duplico el embozo
y no corro  ¡vuelo!







Que abandono en mitad
de la guerra a mi ejército
Y que niego tres veces
como Pedro







Y contrato seguros
a cualquier precio
Y jamás me pronuncio
y no asumo riesgos







Pongo el dedo en los clavos
y no creo

¿ Y si juro que sumo ?
¡ Resto !

¿ Y si digo que voy ?
¡ Vengo !














Yo
vacía de gracia
Yo que no quiero
modificar el mundo
ni protegerlo

















Hubiera dado todo
(lo que no tengo)
por un instante más:

divino y nuestro.
















UNA PROFECÍA















Vos vas a caminar por las veredas
tranquilas de tu pueblo a paso firme
que yo besé en tus pies antes de irme
como un remedo gris de Magdalena 



No habrá quien te recuerde que cruzaste
en medio de una salva de Tequieros
la íntima frontera de mis fueros
y vas a imaginar que me olvidaste



Y justo en el instante en que razones
que ya soy un archivo de tu historia
borrado en el perfil de tu memoria
sin nombres ni secuelas ni aflicciones








te vas a tropezar con estos versos 
sabiendo que fue en vano tanto esfuerzo.



















LA EXCEPCIÓN














Quebrá en mi espalda (no es tarde)
la daga feroz e impía, 
o la lóbrega y sombría
cimitarra del cobarde.


Clavá (aunque así me aniquiles)
la flecha, sin compasión, 
justo en el débil talón
de mi atributo de Aquiles.


O aquí, sobre mis despojos, 
incrustá como un diamante
la piedra gris que al Gigante, 
David le hincara en los ojos. 


Enterrá hasta su confín, 
con toda tu voluntad, 
despojada de lealtad, 
la quijada de Caín. 


O en el calvario sin luz, 
los clavos del vasto imperio 
del divino cementerio
en el madero hecho cruz.


Y no me seques el llanto
cuando te bese los pies.
Me alcanzó - bien lo sabés - 
haber rasgado tu Manto.


Y hundí, por amor al arte, 
en el medio de mi pecho, 
sin el mínimo derecho, 
el filo de Durandarte. 


Clavame hasta las entrañas
el resplandor de la muerte, 
dictaminando mi suerte
al tajo de su guadaña, 



y el tridente del Oscuro, 
y los dientes de Cerbero, 
y el dardo del traicionero
ángel travieso e impuro.




Pero... te debo advertir, 
con buen consejo de Palas,
que no se han gestado balas
capaces de destruir


mi adoración y mi empeño, 
¡ excepto ! aquella que exprese, 
y con tu firma, confiese: 
que ya no habito en tus sueños, 



y que con mínimo esfuerzo
pudiste seguir en paz, 
sin volver la vista atrás,

para leer estos versos. 










¨ En nuestro amor hay una pena que se parece al alma.¨ (J.L.B.)

¨  En nuestro amor hay una pena que se parece al alma.¨   (J.L.B.)
Silvina Grimaldi Bonin (ARG)

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